Un cinturón vulnerable de 1 600 kilómetros
2 de julio de 2025. Marsella, Francia – El Corredor Seco Centroamericano (CSC) se extiende a lo largo de 1 600 km —desde Guanacaste, en Costa Rica, hasta Chiapas, en México— y atraviesa de lleno al llamado Triángulo Norte (Honduras, Guatemala y El Salvador). En este corredor árido viven 22,5 millones de personas: un 62 % en zonas urbanas y un 38 % en áreas rurales, donde la agricultura de subsistencia sigue siendo la principal fuente de ingresos familiares.
Dos estaciones extremas que condenan las cosechas
Cada año el CSC enfrenta un binomio climático devastador: una sequía prolongada que coincide con la cosecha de primavera y lluvias torrenciales durante la cosecha de postrera. Más de un millón de familias dependen de estos ciclos agrícolas y ven cómo el clima extremo destruye sus cultivos o los deja sin agua para regar. En 2020, 6,5 millones de habitantes del Triángulo Norte resultaron afectados por tormentas e inundaciones, fenómenos que concentran el 82 % de los eventos climáticos extremos de la región.
Pobreza estructural y agricultura al límite
La vulnerabilidad socioeconómica refuerza el ciclo de riesgo. Ocho de cada diez familias agricultoras viven en pobreza y casi un tercio lo hace en pobreza extrema. La informalidad laboral roza el 80 % en Honduras y Guatemala, dos países que apenas han visto crecimiento económico en las últimas cuatro décadas. La pandemia de COVID‑19 agravó la situación: los PIB de Honduras y El Salvador cayeron 11 % tras las restricciones sanitarias. En Honduras, un 70,9 % de la población se encuentra hoy bajo el umbral de pobreza.
El agua: abundante en el Atlántico, escasa en el Pacífico
Paradójicamente, el 70 % del agua dulce disponible se concentra en la vertiente atlántica, mientras las mayores aglomeraciones humanas se sitúan en la pacífica. Solo el 20 % de los hogares del Triángulo Norte dispone de agua potable dentro de la vivienda. La infraestructura sanitaria sigue siendo precaria: el 13 % de los hondureños y el 10 % de los guatemaltecos aún practican la defecación al aire libre, lo que eleva el riesgo de enfermedades hídricas. En total, 14,7 millones de habitantes dependen de organizaciones comunitarias para cubrir necesidades básicas de agua y saneamiento. La presión no se limita al consumo humano: la agricultura ya utiliza cerca del 70 % del agua dulce en la región, un porcentaje insostenible bajo escenarios de mayor sequía.
La urgencia de actuar
Aunque Centroamérica apenas aporta un 0,5 % de las emisiones globales de gases de efecto invernadero, el CSC figura entre las zonas más vulnerables del planeta al cambio climático. Revertir esta tendencia exige inversiones en riego eficiente, restauración de suelos y bosques, sistemas de alerta temprana y redes de protección social que mitiguen el impacto sobre los más pobres.
Expertos advierten que la adaptación basada en ecosistemas —reforestación de cuencas, cultivos resistentes a la sequía y cosecha de agua de lluvia— es clave para sostener la seguridad alimentaria y reducir la migración forzada. Sin embargo, estos proyectos requieren financiación estable y una gobernanza regional capaz de coordinar políticas públicas, sector privado y comunidades locales.
Mientras el mundo se fija en los grandes emisores, el Corredor Seco Centroamericano se convierte en un termómetro de la desigualdad climática: quienes menos contribuyen a la crisis son, de nuevo, los que más la sufren. Sin acciones urgentes y coordinadas, la franja de 1 600 km podría transformarse en el epicentro de una emergencia humanitaria persistente.
