Por Fernando Wang

25 de junio de 2025. Marsella, Francia – Mientras el mundo mira al cielo en busca de señales del cambio climático —olas de calor, sequías, huracanes o incendios— hay un proceso menos visible pero igual de determinante que se está dando bajo nuestros pies: el cambio en el uso del suelo. Desde la expansión de los cultivos hasta el abandono de tierras agrícolas, los suelos del planeta están siendo transformados a un ritmo sin precedentes.

Según datos recientes recogidos por el modelo HILDA, un sistema de análisis desarrollado por un equipo internacional de científicos, entre 1960 y 2019 el 17% de la superficie terrestre del planeta fue alterada al menos una vez. Esto equivale a 43 millones de kilómetros cuadrados: una superficie mayor que toda América del Sur. Estos cambios en el uso del suelo no solo alteran los paisajes: tienen efectos profundos sobre la biodiversidad, el clima y la salud humana.

El Sur pierde bosques, el Norte los recupera

Uno de los hallazgos más significativos es la diferencia entre lo que ocurre en el Sur Global y el Norte Global. En países como Brasil, Indonesia, Congo o Perú, la deforestación avanza rápidamente, impulsada por la necesidad de expandir tierras agrícolas para producir soja, aceite de palma o carne para exportación. Los bosques tropicales, ricos en biodiversidad y esenciales para almacenar carbono, son talados para dar paso a monocultivos o pastizales.

En contraste, muchas regiones del Norte Global —como Europa Occidental o partes de Norteamérica— están recuperando parte de sus bosques. ¿La razón? Políticas de reforestación, abandono de tierras agrícolas poco rentables y un cambio en la estructura productiva que ha reducido la presión sobre los suelos.

Este desequilibrio geográfico refleja profundas diferencias económicas y políticas. Mientras los países del sur enfrentan presiones para crecer económicamente y alimentar una población en aumento, los del norte invierten en programas de conservación y tienen más margen para adoptar prácticas sostenibles.

Dos tiempos, dos tendencias

La historia reciente del uso del suelo se puede dividir en dos grandes fases:

  • 1960–2004: expansión acelerada.
    Este fue el periodo de la Revolución Verde, cuando la producción agrícola global se disparó gracias a nuevas tecnologías, fertilizantes, sistemas de riego y semillas mejoradas. Se incrementó la demanda mundial de alimentos, especialmente por parte de los países industrializados. En este contexto, muchas regiones del Sur Global abrieron nuevas tierras para la agricultura a gran escala. La deforestación se volvió un fenómeno masivo, especialmente en los trópicos.
  • 2005–2019: desaceleración y reconfiguración.
    La crisis financiera global de 2007 marcó un cambio de ritmo. La ralentización de los mercados afectó la expansión agrícola, sobre todo en países exportadores del sur. Paralelamente, en el norte crecieron las políticas de conservación y cambio climático, promoviendo prácticas como la rotación de cultivos, la agroforestería y el abandono controlado de tierras.

Estas fases muestran cómo el uso del suelo no responde únicamente a la disponibilidad física, sino que está profundamente influenciado por dinámicas económicas y políticas globales.

¿Eventos únicos o múltiples?

Un aspecto clave para entender estos cambios es la diferencia entre eventos únicos y múltiples en el uso del suelo.

Los eventos únicos son transformaciones definitivas, como la conversión de un bosque en un campo de soja. Estos cambios, muy comunes en el Sur Global, suelen ser irreversibles y tienen un alto impacto en la biodiversidad, la captura de carbono y el equilibrio climático.

Por otro lado, los eventos múltiples, más frecuentes en países desarrollados, implican rotaciones cíclicas entre diferentes usos del suelo, como alternar entre cultivos y pastizales. Aunque estos sistemas son más sostenibles en teoría, también generan impactos acumulativos: compactación del suelo, pérdida progresiva de nutrientes y dependencia de agroquímicos.

Ambos tipos de eventos afectan la salud del suelo y, en consecuencia, la capacidad de los ecosistemas para sostener la vida. Pero sus efectos se manifiestan de forma distinta: los eventos únicos suelen ser catastróficos e inmediatos; los múltiples, silenciosos pero persistentes.

El papel del cambio climático

El cambio climático no es solo una consecuencia del cambio de uso del suelo, sino también un factor que lo acelera y transforma.

Las sequías prolongadas, las lluvias extremas y el aumento de temperaturas están forzando cambios en los calendarios agrícolas, en la distribución de cultivos y en la productividad de los suelos. En África y América Latina, por ejemplo, muchas comunidades rurales ya se han visto obligadas a trasladar sus áreas de cultivo o abandonar tierras cada vez menos fértiles.

De cara al futuro, los científicos prevén que el calentamiento global intensificará estos procesos. Las zonas actualmente productivas podrían volverse inviables, y regiones hasta ahora marginales podrían ser puestas bajo presión para producir alimentos. El riesgo: que más bosques y ecosistemas sean sacrificados en nombre de la seguridad alimentaria.

Mirando hacia 2050: ¿qué podemos esperar?

Si las tendencias actuales continúan, hacia 2050 el mundo se enfrentará a una paradoja: producir más alimentos para una población creciente, sin destruir los ecosistemas que sostienen la vida en el planeta.

En los países del norte, probablemente veremos un aumento de la agricultura de conservación, con tecnologías que permiten reducir el impacto ambiental. En el sur, en cambio, la presión por convertir tierras naturales seguirá siendo fuerte, a menos que se apliquen políticas internacionales efectivas.

Iniciativas como REDD+, que promueven la conservación de bosques en países en desarrollo a cambio de compensaciones económicas, serán clave para frenar la deforestación. Al mismo tiempo, será necesario fortalecer la resiliencia de los pequeños productores, quienes suelen ser los más afectados por el cambio climático y los menos responsables del mismo.

El suelo como punto de partida

Lo que sucede con los suelos del planeta es un espejo de nuestras prioridades. Cada hectárea transformada, cada bosque talado o cada campo abandonado dice algo sobre nuestras decisiones colectivas.

Frente al cambio climático, no basta con cambiar los combustibles fósiles por renovables. Necesitamos repensar cómo usamos la tierra, cómo producimos nuestros alimentos y cómo valoramos los ecosistemas que aún conservamos.

Los suelos son el fundamento silencioso de la vida. Cuidarlos es, en última instancia, una forma de cuidarnos a nosotros mismos.


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