Esther Tobarra

22 de abril de 2022. País de Gales, Reino Unido – En un mundo cada vez más centrado en lo humano, detenerse a reflexionar sobre los servicios que nos brinda el planeta puede parecer, paradójicamente, un acto subversivo. Sin embargo, la necesidad de preguntarnos por ellos ya revela lo distorsionada que puede estar nuestra percepción sobre nuestro verdadero lugar en la Tierra.

Durante más de 4.000 millones de años, el planeta ha existido sin nosotros. Los primeros Homo sapiens apenas aparecieron hace 300.000 años, y no fue hasta hace unos 32.000 años que los cromañones comenzaron a desplegar un pensamiento más complejo, intentando sobrevivir a los desafíos de un entorno que no les pertenecía, pero del cual dependían absolutamente.

Hoy, sin embargo, actuamos como si todo girara a nuestro alrededor. La visión antropocéntrica que domina el discurso actual ha relegado a segundo plano una verdad fundamental: la salud y el progreso de la humanidad han sido —y siguen siendo— posibles gracias a los sistemas naturales y a los servicios ecosistémicos que nos ofrece el planeta. Unos servicios que no siempre reconocemos, pero de los que dependemos con una fragilidad inquietante.

Inspirados en el trabajo de The Rockefeller-Lancet Commission, podemos agrupar estos servicios planetarios en cuatro grandes categorías: provisión, regulación, hábitat y cultura.

Servicios que nos sustentan

La Tierra proporciona alimentos, agua potable, madera, medicinas y otras materias primas esenciales. Estos recursos han permitido el desarrollo agrícola, industrial y sanitario a lo largo de la historia.

Regulación natural

El planeta regula su propio equilibrio. La fotosíntesis, el ciclo del agua, la formación de suelos fértiles o la depuración del aire son procesos clave que mantienen condiciones habitables. La atmósfera, los océanos y los bosques estabilizan el clima, limitan la erosión y amortiguan fenómenos extremos como inundaciones o sequías.

Hábitat para la vida

El planeta es un hogar diverso. Gracias a la biodiversidad, se han desarrollado ecosistemas complejos que ofrecen las condiciones necesarias para la vida. Esta diversidad genética es crucial para la resiliencia ante cambios y amenazas.

Servicios culturales

Más allá de los recursos tangibles, la Tierra es un espacio de significado espiritual, recreativo y cultural. Los paisajes naturales, las tradiciones agrícolas y la conexión simbólica con la naturaleza han influido profundamente en nuestra identidad colectiva.

La estabilidad del Holoceno: un regalo que damos por sentado

Johan Rockström, científico sueco especializado en sostenibilidad, nos recuerda que el planeta ha atravesado eras radicalmente distintas a la actual. Fue solo con la llegada del Holoceno, hace unos 12.000 años, cuando se logró una estabilidad climática que permitió el florecimiento de la civilización humana. Esta era posglacial ofreció un clima benigno, ideal para la agricultura, la urbanización y el desarrollo cultural. Es decir, todo lo que hoy damos por sentado.

Sin embargo, vivimos desconectados de esa historia profunda, como si la Tierra nos debiera su equilibrio, cuando en realidad somos meros beneficiarios accidentales de un breve momento geológico de estabilidad.

¿Y si agradeciéramos más?

La historia del planeta nos enseña que no somos el centro, sino una parte más del entramado. Muchos seres vivos —incluso del género Homo— desaparecieron por no poder adaptarse a los cambios naturales. Hoy, la diferencia es que los cambios los provocamos nosotros.

Por eso, comprender los límites planetarios es esencial. Rockström y su equipo han identificado nueve procesos clave que debemos respetar para mantener la estabilidad del sistema terrestre. Entre ellos: el cambio climático, la pérdida de biodiversidad, la acidificación de los océanos, la contaminación química o la sobreexplotación del agua dulce. De su cumplimiento depende la sostenibilidad de nuestra existencia.

Una pausa para reflexionar

Este 22 de abril, Día de la Tierra, es una oportunidad para detenernos, mirar más allá de lo humano y reconocer el inmenso sistema que hace posible nuestra vida. Tal vez la mejor forma de celebrarlo sea con un gesto sencillo pero poderoso:

Gracias, planeta.
Por sostenernos, por enseñarnos y por recordarnos —una vez más— que sin ti, no hay nosotros.


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