Fernando Wang | Marsella, Francia.
Los Contaminantes Orgánicos Emergentes (COEs) son compuestos sintéticos de uso extendido a nivel global, empleados en sectores clave como la conservación de alimentos, la industria sanitaria y la fabricación de productos industriales. Aunque durante décadas han cumplido funciones importantes en nuestra vida cotidiana, en los últimos años han comenzado a despertar creciente preocupación entre la comunidad científica debido a su persistencia en el medio ambiente y sus posibles efectos sobre la salud humana.
Diversos estudios recientes han investigado su distribución, transporte y toxicidad, tanto en ecosistemas terrestres como acuáticos. Los COEs se han detectado en aguas superficiales, subterráneas e incluso en fuentes de agua potable a nivel mundial. Su presencia generalizada, combinada con el desconocimiento que aún persiste sobre sus niveles reales de toxicidad, su comportamiento en el ambiente y sus efectos sobre el organismo humano, los convierten en una prioridad emergente en materia de salud ambiental.
A pesar de los avances en su estudio, todavía existen importantes lagunas en el conocimiento sobre cómo se metabolizan en el cuerpo humano, su bioacumulación a largo plazo o su interacción con otros contaminantes.
A continuación, se presentan algunos de los COEs más estudiados y reconocidos hasta la fecha:
Pesticidas

Los pesticidas son sustancias químicas ampliamente utilizadas para el control y eliminación de plagas en agricultura, salud pública e industria. Constituyen uno de los contaminantes ambientales más estudiados y su presencia en el medio acuático ha sido ampliamente documentada: se han detectado residuos de pesticidas en aguas superficiales y subterráneas de prácticamente todo el mundo.
Investigaciones recientes han revelado un dato especialmente preocupante: los metabolitos —productos de degradación de los pesticidas— pueden ser incluso más tóxicos y persistentes que los compuestos originales. Esto significa que, aunque el pesticida inicial se degrade, su impacto ambiental y sobre la salud humana puede prolongarse o incluso agravarse.
Muchos de estos compuestos poseen una vida media de varios meses, lo que favorece su acumulación en ecosistemas y su potencial bioacumulación en organismos vivos. Entre los efectos sobre la salud humana se incluyen alteraciones neurológicas, disfunciones endocrinas y riesgos potenciales de carcinogenicidad, especialmente tras exposiciones crónicas o durante etapas vulnerables como el embarazo y la infancia.
Ante estos riesgos, varios países han comenzado a restringir o prohibir el uso de los pesticidas más peligrosos, abriendo camino a una transición hacia modelos de producción más sostenibles, como la agricultura ecológica y otras estrategias de control biológico menos agresivas para el entorno.
Productos farmacéuticos

Uno de los desafíos ambientales más urgentes del futuro es la presencia creciente de fármacos en el medio acuático. Medicamentos como analgésicos, antibióticos y antiinflamatorios llegan a ríos, acuíferos y, en algunos casos, incluso al agua potable a través de nuestras excreciones, el desecho inadecuado de productos no utilizados y su uso en la agricultura. Diversos estudios han detectado residuos farmacéuticos tanto en aguas superficiales como subterráneas, especialmente cerca de estaciones de tratamiento de aguas residuales.
La gran preocupación surge cuando se encuentran trazas de estos compuestos en el agua del grifo, lo que plantea interrogantes sobre sus efectos a largo plazo en la salud humana. Además, en un contexto de creciente resistencia microbiana, la exposición continua a estos contaminantes puede favorecer que las bacterias desarrollen mecanismos de defensa cada vez más eficaces, dificultando los tratamientos médicos convencionales.
Más allá del impacto en las personas, los fármacos también alteran los ecosistemas: afectan a microorganismos, plantas acuáticas y animales, y comprometen el equilibrio de toda la cadena trófica. Es urgente visibilizar este problema y desarrollar estrategias para reducir su presencia y efectos en el ciclo del agua.
Productos de cuidado personal

Perfumes, fragancias, protectores solares, cremas, repelentes de insectos… son productos de uso cotidiano que forman parte de nuestra rutina personal. Sin embargo, pocos se detienen a pensar en su huella ambiental. Estos compuestos, clasificados como contaminantes emergentes, pueden llegar al medio ambiente en grandes cantidades, ya sea por su uso directo en el agua —como ocurre al nadar con protector solar— o por su dispersión en el aire.
Una vez liberados, pueden afectar a los organismos acuáticos y, en algunos casos, también al ser humano. Su aplicación directa sobre la piel los convierte en una vía rápida de entrada al ecosistema, especialmente cuando no existen tratamientos eficaces para eliminarlos en las plantas de aguas residuales. La forma en que usamos estos productos está directamente relacionada con su impacto ambiental. Comprender esta conexión es fundamental para avanzar hacia un consumo más consciente y sostenible.
Componentes de estilos de vida

Las aguas subterráneas, tradicionalmente consideradas fuentes limpias y protegidas, están comenzando a reflejar la huella de nuestro estilo de vida. Estudios recientes han detectado la presencia frecuente de compuestos como la cafeína, la nicotina y sus metabolitos en acuíferos contaminados por corrientes de aguas residuales.
Estos contaminantes, derivados del consumo masivo de productos cotidianos, son indicios claros del alcance de nuestra actividad sobre el ciclo del agua. Además, se han encontrado concentraciones elevadas de edulcorantes artificiales, como la sacarina y otros derivados, en aguas residuales que eventualmente pueden infiltrarse en los sistemas subterráneos.
Aunque no todos estos compuestos son tóxicos en pequeñas cantidades, su persistencia y acumulación generan preocupación por sus efectos a largo plazo sobre la salud humana y el equilibrio ecológico. Detectarlos en el agua es un recordatorio de que lo que consumimos también deja rastro bajo tierra.
Productos para el tratamiento de aguas

Los tratamientos aplicados para hacer el agua potable segura para el consumo humano, aunque esenciales, no están exentos de impactos secundarios. Uno de los métodos más utilizados es la cloración, debido a su eficacia y bajo coste. Sin embargo, el cloro, al reaccionar con la materia orgánica presente en el agua, puede generar subproductos con un elevado potencial de toxicidad crónica.
Estos compuestos, conocidos como subproductos de la desinfección, han sido detectados en aguas tratadas y, aunque aún se necesitan estudios más concluyentes, algunas investigaciones preliminares sugieren una posible relación entre la exposición prolongada a estos contaminantes y efectos adversos en el desarrollo intrauterino y postparto.
Este hallazgo subraya la necesidad de mejorar los procesos de tratamiento, minimizar la formación de estos derivados y reforzar la vigilancia científica sobre sus posibles efectos a largo plazo en la salud humana.
Aditivos industriales y subproductos

Numerosos productos químicos empleados en la fabricación industrial, aunque esenciales para ciertos procesos, pueden representar un riesgo considerable para la salud humana y el medio ambiente. Sustancias como los disolventes clorados, los hidrocarburos derivados del petróleo y plastificantes comunes como el bisfenol A y los ftalatos han sido objeto de creciente preocupación.
Estos compuestos no solo pueden liberarse durante su producción o uso, sino también persistir y degradarse lentamente, generando subproductos que se comportan como contaminantes emergentes. Aunque muchas veces pasan desapercibidos, su presencia ha sido detectada en suelos, aguas subterráneas e incluso en organismos vivos, planteando interrogantes sobre sus efectos a largo plazo.
La exposición crónica, incluso en dosis bajas, se asocia con alteraciones hormonales, efectos reproductivos y riesgos potenciales para el desarrollo. Por ello, identificar y controlar estos compuestos es un paso clave hacia una industria más responsable y una mejor protección de la salud pública.
Aditivos alimenticios

Ciertas sustancias químicas empleadas en la industria alimentaria y farmacéutica, aunque cumplen funciones específicas como proteger fármacos, conservar grasas o mejorar la textura de los alimentos, pueden tener efectos no deseados sobre la salud humana. Algunos de estos compuestos, utilizados como recubrimientos, antioxidantes o estabilizantes —por ejemplo, para mantener la espuma en la clara de huevo— han demostrado actuar como agentes oxidantes o incluso como disruptores endocrinos, interfiriendo en el equilibrio hormonal del organismo.
Su uso está regulado, pero su acumulación en el ambiente o la exposición continuada a pequeñas dosis a través de alimentos o productos de consumo plantea interrogantes sobre su seguridad a largo plazo. Este tipo de contaminantes emergentes invita a replantear no solo la formulación de ciertos productos, sino también nuestra relación cotidiana con los químicos «invisibles» que nos rodean.
Hormonas sintéticas

Las hormonas sintéticas, utilizadas en tratamientos médicos y en algunos casos en la industria ganadera, están emergiendo como contaminantes ambientales de creciente preocupación. Estas sustancias llegan al entorno principalmente a través de los afluentes de plantas de tratamiento de aguas residuales, que no siempre logran eliminarlas por completo.
Estudios recientes han detectado en aguas superficiales y subterráneas la presencia de compuestos como la oxandrolona y la nandrolona, dos hormonas androgénicas sintéticas, en concentraciones preocupantes. Su persistencia en el agua puede alterar gravemente el equilibrio hormonal de especies acuáticas, afectar procesos reproductivos y tener efectos potenciales sobre la salud humana en caso de exposición continuada.
Estas sustancias, invisibles al ojo humano, son un claro ejemplo de cómo el uso de compuestos bioactivos puede tener consecuencias ambientales que aún estamos comenzando a comprender.





